/1 EN el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios.
Este era en el principio con Dios.  Todas las cosas por él fueron hechas; y
sin él nada de lo que es hecho, fué hecho.  En él estaba la vida, y la vida
era la luz de los hombres.  Y la luz en las tinieblas resplandece; mas las
tinieblas no la comprendieron.  Fué un hombre enviado de Dios, el cual se
llamaba Juan.  Este vino por testimonio, para que diese testimonio de la luz,
para que todos creyesen por él.  No era él la luz, sino para que diese
testimonio de la luz.  Aquel era la luz verdadera, que alumbra á todo hombre
que viene á este mundo.  En el mundo estaba, y el mundo fué hecho por él; y el
mundo no le conoció.  A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron.  Mas á
todos los que le recibieron, dióles potestad de ser hechos hijos de Dios, á
los que creen en su nombre: Los cuales no son engendrados de sangre, ni de
voluntad de carne, ni de voluntad de varón, mas de Dios.  Y aquel Verbo fué
hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del
unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad.

Juan dió testimonio de él, y clamó diciendo: Este es del que yo decía: El que
viene tras mí, es antes de mí: porque es primero que yo.  Porque de su
plenitud tomamos todos, y gracia por gracia.  Porque la ley por Moisés fué
dada: mas la gracia y la verdad por Jesucristo fué hecha.  A Dios nadie le vió
jamás: el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le declaró.  Y
éste es el testimonio de Juan, cuando los Judíos enviaron de Jerusalem
sacerdotes y Levitas, que le preguntasen: ¿Tú, quién eres?  Y confesó, y no
negó; mas declaró: No soy yo el Cristo.  Y le preguntaron: ¿Qué pues? ¿Eres tú
Elías? Dijo: No soy. ¿Eres tú el profeta? Y respondió: No.  Dijéronle: ¿Pues
quién eres? para que demos respuesta á los que nos enviaron. ¿Qué dices de ti
mismo?  Dijo: Yo soy la voz del que clama en el desierto: Enderezad el camino
del Señor, como dijo Isaías profeta.  Y los que habían sido enviados eran de
los Fariseos.  Y preguntáronle, y dijéronle: ¿Por qué pues bautizas, si tú no
eres el Cristo, ni Elías, ni el profeta?  Y Juan les respondió, diciendo: Yo
bautizo con agua; mas en medio de vosotros ha estado á quien vosotros no
conocéis.  Este es el que ha de venir tras mí, el cual es antes de mí: del
cual yo no soy digno de desatar la correa del zapato.  Estas cosas
acontecieron en Betábara, de la otra parte del Jordán, donde Juan bautizaba.
El siguiente día ve Juan á Jesús que venía á él, y dice: He aquí el Cordero de
Dios, que quita el pecado del mundo.  Este es del que dije: Tras mí viene un
varón, el cual es antes de mí: porque era primero que yo.  Y yo no le conocía;
más para que fuese manifestado á Israel, por eso vine yo bautizando con agua.
Y Juan dió testimonio, diciendo: Vi al Espíritu que descendía del cielo como
paloma, y reposó sobre él.  Y yo no le conocía; mas el que me envió á bautizar
con agua, aquél me dijo: Sobre quien vieres descender el Espíritu, y que
reposa sobre él, éste es el que bautiza con Espíritu Santo.  Y yo le vi, y he
dado testimonio que éste es el Hijo de Dios.

El siguiente día otra vez estaba Juan, y dos de sus discípulos.  Y mirando á
Jesús que andaba por allí, dijo: He aquí el Cordero de Dios.  Y oyéronle los
dos discípulos hablar, y siguieron á Jesús.  Y volviéndose Jesús, y viéndolos
seguir le, díceles: ¿Qué buscáis? Y ellos le dijeron: Rabbí (que declarado
quiere decir Maestro) ¿dónde moras?  Díceles: Venid y ved. Vinieron, y vieron
donde moraba, y quedáronse con él aquel día: porque era como la hora de las
diez.  Era Andrés, hermano de Simón Pedro, uno de los dos que habían oído de
Juan, y le habían seguido.  Este halló primero á su hermano Simón, y díjole:
Hemos hallado al Mesías (que declarado es, el Cristo).  Y le trajo á Jesús. Y
mirándole Jesús, dijo: Tú eres Simón, hijo de Jonás: tú serás llamado Cephas
(que quiere decir, Piedra).  El siguiente día quiso Jesús ir á Galilea, y
halla á Felipe, al cual dijo: Sígueme.  Y era Felipe de Bethsaida, la ciudad
de Andrés y de Pedro.  Felipe halló á Natanael, y dícele: Hemos hallado á
aquel de quien escribió Moisés en la ley, y los profetas: á Jesús, el hijo de
José, de Nazaret.  Y díjole Natanael: ¿De Nazaret puede haber algo de bueno?
Dícele Felipe: Ven y ve.  Jesús vió venir á sí á Natanael, y dijo de él: He
aquí un verdadero Israelita, en el cual no hay engaño.  Dícele Natanael: ¿De
dónde me conoces? Respondió Jesús, y díjole: Antes que Felipe te llamara,
cuando estabas debajo de la higuera te vi.  Respondió Natanael, y díjole:
Rabbí, tú eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de Israel.  Respondió Jesús y
díjole: ¿Porque te dije, te vi debajo de la higuera, crees? cosas mayores que
éstas verás.  Y dícele: De cierto, de cierto os digo: De aquí adelante veréis
el cielo abierto, y los ángeles de Dios que suben y descienden sobre el Hijo
del hombre.

/2 Y AL tercer día hiciéronse unas bodas en Caná de Galilea; y estaba allí la
madre de Jesús.  Y fué también llamado Jesús y sus discípulos á las bodas.  Y
faltando el vino, la madre de Jesús le dijo: Vino no tienen.  Y dícele Jesús:
¿Qué tengo yo contigo, mujer? aun no ha venido mi hora.  Su madre dice á los
que servían: Haced todo lo que os dijere.  Y estaban allí seis tinajuelas de
piedra para agua, conforme á la purificación de los Judíos, que cabían en cada
una dos ó tres cántaros.  Díceles Jesús: Henchid estas tinajuelas de agua. E
hinchiéronlas hasta arriba.  Y díceles: Sacad ahora, y presentad al
maestresala. Y presentáron le.  Y como el maestresala gustó el agua hecha
vino, que no sabía de dónde era (mas lo sabían los sirvientes que habían
sacado el agua), el maestresala llama al esposo, Y dícele: Todo hombre pone
primero el buen vino, y cuando están satisfechos, entonces lo que es peor; mas
tú has guardado el buen vino hasta ahora.  Este principio de señales hizo
Jesús en Caná de Galilea, y manifestó su gloria; y sus discípulos creyeron en
él.  Después de esto descendió á Capernaun, él, y su madre, y hermanos, y
discípulos; y estuvieron allí no muchos días.

Y estaba cerca la Pascua de los Judíos; y subió Jesús á Jerusalem.  Y halló en
el templo á los que vendían bueyes, y ovejas, y palomas, y á los cambiadores
sentados.  Y hecho un azote de cuerdas, echólos á todos del templo, y las
ovejas, y los bueyes; y derramó los dineros de los cambiadores, y trastornó
las mesas; Y á los que vendían las palomas, dijo: Quitad de aquí esto, y no
hagáis la casa de mi Padre casa de mercado.  Entonces se acordaron sus
discípulos que está escrito: El celo de tu casa me comió.  Y los Judíos
respondieron, y dijéronle: ¿Qué señal nos muestras de que haces esto?
Respondió Jesús, y díjoles: Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.
Dijeron luego los Judíos: En cuarenta y seis años fue este templo edificado,
¿y tú en tres días lo levantarás?  Mas él hablaba del templo de su cuerpo.
Por tanto, cuando resucitó de los muertos, sus discípulos se acordaron que
había dicho esto; y creyeron á la Escritura, y á la palabra que Jesús había
dicho.  Y estando en Jerusalem en la Pascua, en el día de la fiesta, muchos
creyeron en su nombre, viendo las señales que hacía.  Mas el mismo Jesús no se
confiaba á sí mismo de ellos, porque él conocía á todos, Y no tenía necesidad
que alguien le diese testimonio del hombre; porque él sabía lo que había en el
hombre.

/3 Y HABIA un hombre de los Fariseos que se llamaba Nicodemo, príncipe de los
Judíos.  Este vino á Jesús de noche, y díjole: Rabbí, sabemos que has venido
de Dios por maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si
no fuere Dios con él.  Respondió Jesús, y díjole: De cierto, de cierto te
digo, que el que no naciere otra vez, no puede ver el reino de Dios.  Dícele
Nicodemo: ¿Cómo puede el hombre nacer siendo viejo? ¿puede entrar otra vez en
el vientre de su madre, y nacer?  Respondió Jesús: De cierto, de cierto te
digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el
reino de Dios.  Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del
Espíritu, espíritu es.  No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer
otra vez.  El viento de donde quiere sopla, y oyes su sonido; mas ni sabes de
dónde viene, ni á dónde vaya: así es todo aquel que es nacido del Espíritu.
Respondió Nicodemo, y díjole: ¿Cómo puede esto hacerse?  Respondió Jesús, y
díjole: ¿Tú eres el maestro de Israel, y no sabes esto?  De cierto, de cierto
te digo, que lo que sabemos hablamos, y lo que hemos visto, testificamos; y no
recibís nuestro testimonio.  Si os he dicho cosas terrenas, y no creéis, ¿cómo
creeréis si os dijere las celestiales?  Y nadie subió al cielo, sino el que
descendió del cielo, el Hijo del hombre, que está en el cielo.  Y como Moisés
levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del hombre
sea levantado; Para que todo aquel que en él creyere, no se pierda, sino que
tenga vida eterna.  Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado á su
Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga
vida eterna.  Porque no envió Dios á su Hijo al mundo, para que condene al
mundo, mas para que el mundo sea salvo por él.  El que en él cree, no es
condenado; mas el que no cree, ya es condenado, porque no creyó en el nombre
del unigénito Hijo de Dios.  Y esta es la condenación: porque la luz vino al
mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz; porque sus obras
eran malas.  Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene á
la luz, porque sus obras no sean redargüidas.  Mas el que obra verdad, viene á
la luz, para que sus obras sean manifestadas que son hechas en Dios.  Pasado
esto, vino Jesús con sus discípulos á la tierra de Judea; y estaba allí con
ellos, y bautizaba.  Y bautizaba también Juan en Enón junto á Salim, porque
había allí muchas aguas; y venían, y eran bautizados.  Porque Juan, no había
sido aún puesto en la carcel.  Y hubo cuestión entre los discípulos de Juan y
los Judíos acerca de la purificación.  Y vinieron á Juan, y dijéronle: Rabbí,
el que estaba contigo de la otra parte del Jordán, del cual tú diste
testimonio, he aquí bautiza, y todos vienen á él.  Respondió Juan, y dijo: No
puede el hombre recibir algo, si no le fuere dado del cielo.  Vosotros mismos
me sois testigos que dije: Yo no soy el Cristo, sino que soy enviado delante
de él.  El que tiene la esposa, es el esposo; mas el amigo del esposo, que
está en pie y le oye, se goza grandemente de la voz del esposo; así pues, este
mi gozo es cumplido.  A él conviene crecer, mas á mí menguar.  El que de
arriba viene, sobre todos es: el que es de la tierra, terreno es, y cosas
terrenas habla: el que viene del cielo, sobre todos es.  Y lo que vió y oyó,
esto testifica: y nadie recibe su testimonio.  El que recibe su testimonio,
éste signó que Dios es verdadero.  Porque el que Dios envió, las palabras de
Dios habla: porque no da Dios el Espíritu por medida.  El Padre ama al Hijo, y
todas las cosas dió en su mano.  El que cree en el Hijo, tiene vida eterna;
mas el que es incrédulo al Hijo, no verá la vida, sino que la ira de Dios está
sobre él.

/4 DE manera que como Jesús entendió que los Fariseos habían oído que Jesús
hacía y bautizaba más discípulos que Juan, (Aunque Jesús no bautizaba, sino
sus discípulos), Dejó á Judea, y fuése otra vez á Galilea.  Y era menester que
pasase por Samaria.  Vino, pues, á una ciudad de Samaria que se llamaba
Sichâr, junto á la heredad que Jacob dió á José su hijo.  Y estaba allí la
fuente de Jacob. Pues Jesús, cansado del camino, así se sentó á la fuente. Era
como la hora de sexta.  Vino una mujer de Samaria á sacar agua: y Jesús le
dice: Dame de beber.  (Porque sus discípulos habían ido á la ciudad á comprar
de comer.) Y la mujer Samaritana le dice: ¿Cómo tú, siendo Judío, me pides á
mí de beber, que soy mujer Samaritana? porque los Judíos no se tratan con los
Samaritanos.  Respondió Jesús y díjole: Si conocieses el don de Dios, y quién
es el que te dice: Dame de beber: tú pedirías de él, y él te daría agua viva.
La mujer le dice: Señor, no tienes con qué sacar la, y el pozo es hondo: ¿de
dónde, pues, tienes el agua viva?  ¿Eres tú mayor que nuestro padre Jacob, que
nos dió este pozo, del cual él bebió, y sus hijos, y sus ganados?  Respondió
Jesús y díjole: Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá á tener sed; Mas
el que bebiere del agua que yo le daré, para siempre no tendrá sed: mas el
agua que yo le daré, será en él una fuente de agua que salte para vida eterna.
La mujer le dice: Señor, dame esta agua, para que no tenga sed, ni venga acá á
sacar la.  Jesús le dice: Ve, llama á tu marido, y ven acá.  Respondió la
mujer, y dijo: No tengo marido. Dícele Jesús: Bien has dicho, No tengo marido;
Porque cinco maridos has tenido: y el que ahora tienes no es tu marido; esto
has dicho con verdad.  Dícele la mujer: Señor, paréceme que tú eres profeta.
Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalem es
el lugar donde es necesario adorar.  Dícele Jesús: Mujer, créeme, que la hora
viene, cuando ni en este monte, ni en Jerusalem adoraréis al Padre.  Vosotros
adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos: porque la salud
viene de los Judíos.  Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos
adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre
tales adoradores busca que adoren.  Dios es Espíritu; y los que le adoran, en
espíritu y en verdad es necesario que adoren.  Dícele la mujer: Sé que el
Mesías ha de venir, el cual se dice el Cristo: cuando él viniere nos declarará
todas las cosas.  Dícele Jesús: Yo soy, que hablo contigo.  Y en esto vinieron
sus discípulos, y maravilláronse de que hablaba con mujer; mas ninguno dijo:
¿Qué preguntas? ó, ¿Qué hablas con ella?  Entonces la mujer dejó su cántaro, y
fué á la ciudad, y dijo á aquellos hombres: Venid, ved un hombre que me ha
dicho todo lo que he hecho: ¿si quizás es éste el Cristo?  Entonces salieron
de la ciudad, y vinieron á él.  Entre tanto los discípulos le rogaban,
diciendo: Rabbí, come.  Y él les dijo: Yo tengo una comida que comer, que
vosotros no sabéis.  Entonces los discípulos decían el uno al otro: ¿Si le
habrá traído alguien de comer?  Díceles Jesús: Mi comida es que haga la
voluntad del que me envió, y que acabe su obra.  ¿No decís vosotros: Aun hay
cuatro meses hasta que llegue la siega? He aquí os digo: Alzad vuestros ojos,
y mirad las regiones, porque ya están blancas para la siega.  Y el que siega,
recibe salario, y allega fruto para vida eterna; para que el que siembra
también goce, y el que siega.  Porque en esto es el dicho verdadero: Que uno
es el que siembra, y otro es el que siega.  Yo os he enviado á segar lo que
vosotros no labrasteis: otros labraron, y vosotros habéis entrado en sus
labores.  Y muchos de los Samaritanos de aquella ciudad creyeron en él por la
palabra de la mujer, que daba testimonio, diciendo: Que me dijo todo lo que he
hecho.  Viniendo pues los Samaritanos á él, rogáronle que se quedase allí: y
se quedó allí dos días.  Y creyeron muchos más por la palabra de él.  Y decían
á la mujer: Ya no creemos por tu dicho; porque nosotros mismos hemos oído, y
sabemos que verdaderamente éste es el Salvador del mundo, el Cristo.

Y dos días después, salió de allí, y fuése á Galilea.  Porque el mismo Jesús
dió testimonio de que el profeta en su tierra no tiene honra.  Y como vino á
Galilea, los Galileos le recibieron, vistas todas las cosas que había hecho en
Jerusalem en el día de la fiesta: porque también ellos habían ido á la fiesta.
Vino pues Jesús otra vez á Caná de Galilea, donde había hecho el vino del
agua. Y había en Capernaum uno del rey, cuyo hijo estaba enfermo.  Este, como
oyó que Jesús venía de Judea á Galilea, fué á él, y rogábale que descendiese,
y sanase á su hijo, porque se comenzaba á morir.  Entonces Jesús le dijo: Si
no viereis señales y milagros no creeréis.  El del rey le dijo: Señor,
desciende antes que mi hijo muera.  Dícele Jesús: Ve, tu hijo vive. Y el
hombre creyó á la palabra que Jesús le dijo, y se fué.  Y cuando ya él
descendía, los siervos le salieron á recibir, y le dieron nuevas, diciendo: Tu
hijo vive.  Entonces él les preguntó á qué hora comenzó á estar mejor. Y
dijéronle: Ayer á las siete le dejó la fiebre.  El padre entonces entendió,
que aquella hora era cuando Jesús le dijo: Tu hijo vive; y creyó él y toda su
casa.  Esta segunda señal volvió Jesús á hacer, cuando vino de Judea á
Galilea.

/5 DESPUÉS de estas cosas, era un día de fiesta de los Judíos, y subió Jesús á
Jerusalem.  Y hay en Jerusalem á la puerta del ganado un estanque, que en
hebraico es llamado Bethesda, el cual tiene cinco portales.  En éstos yacía
multitud de enfermos, ciegos, cojos, secos, que estaban esperando el
movimiento del agua.  Porque un ángel descendía á cierto tiempo al estanque, y
revolvía el agua; y el que primero descendía en el estanque después del
movimiento del agua, era sano de cualquier enfermedad que tuviese.  Y estaba
allí un hombre que había treinta y ocho años que estaba enfermo.  Como Jesús
vió á éste echado, y entendió que ya había mucho tiempo, dícele: ¿Quieres ser
sano?  Señor, le respondió el enfermo, no tengo hombre que me meta en el
estánque cuando el agua fuere revuelta; porque entre tanto que yo vengo, otro
antes de mí ha descendido.  Dícele Jesús: Levántate, toma tu lecho, y anda.  Y
luego aquel hombre fué sano, y tomó su lecho, é íbase. Y era sábado aquel día.
Entonces los Judíos decían á aquel que había sido sanado: Sábado es: no te es
lícito llevar tu lecho.  Respondióles: El que me sanó, él mismo me dijo: Toma
tu lecho y anda.  Preguntáronle entonces: ¿Quién es el que te dijo: Toma tu
lecho y anda?  Y el que había sido sanado, no sabía quién fuese; porque Jesús
se había apartado de la gente que estaba en aquel lugar.  Después le halló
Jesús en el templo, y díjole: He aquí, has sido sanado; no peques más, porque
no te venga alguna cosa peor.  El se fué, y dió aviso á los Judíos, que Jesús
era el que le había sanado.  Y por esta causa los Judíos perseguían á Jesús, y
procuraban matarle, porque hacía estas cosas en sábado.  Y Jesús les
respondió: Mi Padre hasta ahora obra, y yo obro.  Entonces, por tanto, más
procuraban los Judíos matarle, porque no sólo quebrantaba el sábado, sino que
también á su Padre llamaba Dios, haciéndose igual á Dios.  Respondió entonces
Jesús, y díjoles: De cierto, de cierto os digo: No puede el Hijo hacer nada de
sí mismo, sino lo que viere hacer al Padre: porque todo lo que él hace, esto
también hace el Hijo juntamente.  Porque el Padre ama al Hijo, y le muestra
todas las cosas que él hace; y mayores obras que éstas le mostrará, de suerte
que vosotros os maravilléis.  Porque como el Padre levanta los muertos, y les
da vida, así también el Hijo á los que quiere da vida.  Porque el Padre á
nadie juzga, mas todo el juicio dió al Hijo; Para que todos honren al Hijo
como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió.
De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me ha
enviado, tiene vida eterna; y no vendrá á condenación, mas pasó de muerte á
vida.  De cierto, de cierto os digo: Vendrá hora, y ahora es, cuando los
muertos oirán la voz del Hijo de Dios: y los que oyeren vivirán.  Porque como
el Padre tiene vida en sí mismo, así dió también al Hijo que tuviese vida en
sí mismo: Y también le dió poder de hacer juicio, en cuanto es el Hijo del
hombre.  No os maravilléis de esto; porque vendrá hora, cuando todos los que
están en los sepulcros oirán su voz; Y los que hicieron bien, saldrán á
resurrección de vida; mas los que hicieron mal, á resurrección de condenación.
No puedo yo de mí mismo hacer nada: como oigo, juzgo: y mi juicio es justo;
porque no busco mi voluntad, mas la voluntad del que me envió, del Padre.  Si
yo doy testimonio de mí mismo, mi testimonio no es verdadero.  Otro es el que
da testimonio de mí; y sé que el testimonio que da de mí, es verdadero.
Vosotros enviasteis á Juan, y él dió testimonio á la verdad.  Empero yo no
tomo el testimonio de hombre; mas digo esto, para que vosotros seáis salvos.
El era antorcha que ardía y alumbraba: y vosotros quisisteis recrearos por un
poco á su luz.  Mas yo tengo mayor testimonio que el de Juan: porque las obras
que el Padre me dió que cumpliese, las mismas obras que yo hago, dan
testimonio de mí, que el Padre me haya enviado.  Y el que me envió, el Padre,
él ha dado testimonio de mí. Ni nunca habéis oído su voz, ni habéis visto su
parecer.  Ni tenéis su palabra permanente en vosotros; porque al que él envió,
á éste vosotros no creéis.  Escudriñad las Escrituras, porque á vosotros os
parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio
de mí.  Y no queréis venir á mí, para que tengáis vida.  Gloria de los hombres
no recibo.  Mas yo os conozco, que no tenéis amor de Dios en vosotros.  Yo he
venido en nombre de mi Padre, y no me recibís: si otro viniere en su propio
nombre, á aquél recibiréis.  ¿Cómo podéis vosotros creer, pues tomáis la
gloria los unos de los otros, y no buscáis la gloria que de sólo Dios viene?
No penséis que yo os tengo de acusar delante del Padre; hay quien os acusa,
Moisés, en quien vosotros esperáis.  Porque si vosotros creyeseis á Moisés,
creeríais á mí; porque de mí escribió él.  Y si á sus escritos no creéis,
¿cómo creeréis á mis palabras?

/6 PASADAS estas cosas, fuése Jesús de la otra parte de la mar de Galilea, que
es de Tiberias.  Y seguíale grande multitud, porque veían sus señales que
hacía en los enfermos.  Y subió Jesús á un monte, y se sentó allí con sus
discípulos.  Y estaba cerca la Pascua, la fiesta de los Judíos.  Y como alzó
Jesús los ojos, y vió que había venido á él grande multitud, dice á Felipe:
¿De dónde compraremos pan para que coman éstos?  Mas esto decía para probarle;
porque él sabía lo que había de hacer.  Respondióle Felipe: Doscientos
denarios de pan no les bastarán, para que cada uno de ellos tome un poco.
Dícele uno de sus discípulos, Andrés, hermano de Simón Pedro: Un muchacho está
aquí que tiene cinco panes de cebada y dos pececillos; ¿mas qué es esto entre
tantos?  Entonces Jesús dijo: Haced recostar la gente. Y había mucha hierba en
aquel lugar: y recostáronse como número de cinco mil varones.  Y tomó Jesús
aquellos panes, y habiendo dado gracias, repartió á los discípulos, y los
discípulos á los que estaban recostados: asimismo de los peces, cuanto
querían.  Y como fueron saciados, dijo á sus discípulos: Recoged los pedazos
que han quedado, porque no se pierda nada.  Cogieron pues, é hinchieron doce
cestas de pedazos de los cinco panes de cebada, que sobraron á los que habían
comido.  Aquellos hombres entonces, como vieron la señal que Jesús había
hecho, decían: Este verdaderamente es el profeta que había de venir al mundo.
Y entendiendo Jesús que habían de venir para arrebatarle, y hacerle rey,
volvió á retirarse al monte, él solo.  Y como se hizo tarde, descendieron sus
discípulos á la mar; Y entrando en un barco, venían de la otra parte de la mar
hacia Capernaum. Y era ya oscuro, y Jesús no había venido á ellos.  Y
levantábase la mar con un gran viento que soplaba.  Y como hubieron navegado
como veinticinco ó treinta estadios, ven á Jesús que andaba sobre la mar, y se
acercaba al barco: y tuvieron miedo.  Mas él les dijo: Yo soy; no tengáis
miedo.  Ellos entonces gustaron recibirle en el barco: y luego el barco llegó
á la tierra donde iban.

El día siguiente, la gente que estaba de la otra parte de la mar, como vió que
no había allí otra navecilla sino una, y que Jesús no había entrado con sus
discípulos en ella, sino que sus discípulos se habían ido solos; Y que otras
navecillas habían arribado de Tiberias junto al lugar donde habían comido el
pan después de haber el Señor dado gracias; Como vió pues la gente que Jesús
no estaba allí, ni sus discípulos, entraron ellos en las navecillas, y
vinieron á Capernaum buscando á Jesús.  Y hallándole de la otra parte de la
mar, dijéronle: Rabbí, ¿cuándo llegaste acá?  Respondióles Jesús, y dijo; De
cierto, de cierto os digo, que me buscáis, no porque habéis visto las señales,
sino porque comisteis el pan y os hartasteis.  Trabajad no por la comida que
perece, mas por la comida que á vida eterna permanece, la cual el Hijo del
hombre os dará: porque á éste señaló el Padre, que es Dios.  Y dijéronle: ¿Qué
haremos para que obremos las obras de Dios?  Respondió Jesús, y díjoles: Esta
es la obra de Dios, que creáis en el que él ha enviado.  Dijéronle entonces:
¿Qué señal pues haces tú, para que veamos, y te creamos? ¿Qué obras?  Nuestros
padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: Pan del cielo les
dió á comer.  Y Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: No os dió Moisés
pan del cielo; mas mi Padre os da el verdadero pan del cielo.  Porque el pan
de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo.  Y dijéronle:
Señor, danos siempre este pan.  Y Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida: el
que á mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás.
Mas os he dicho, que aunque me habéis visto, no creéis.  Todo lo que el Padre
me da, vendrá á mí; y al que á mí viene, no le hecho fuera.  Porque he
descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, mas la voluntad del que me
envió.  Y esta es la voluntad del que me envió, del Padre: Que todo lo que me
diere, no pierda de ello, sino que lo resucite en el día postrero.  Y esta es
la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en
él, tenga vida eterna: y yo le resucitaré en el día postrero.  Murmuraban
entonces de él los Judíos, porque había dicho: Yo soy el pan que descendí del
cielo.  Y decían: ¿No es éste Jesús, el hijo de José, cuyo padre y madre
nosotros conocemos? ¿cómo, pues, dice éste: Del cielo he descendido?  Y Jesús
respondió, y díjoles: No murmuréis entre vosotros.  Ninguno puede venir á mí,
si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero.
Escrito está en los profetas: Y serán todos enseñados de Dios. Así que, todo
aquel que oyó del Padre, y aprendió, viene á mí.  No que alguno haya visto al
Padre, sino aquel que vino de Dios, éste ha visto al Padre.  De cierto, de
cierto os digo: El que cree en mí, tiene vida eterna.  Yo soy el pan de vida.
Vuestros padres comieron el maná en el desierto, y son muertos.  Este es el
pan que desciende del cielo, para que el que de él comiere, no muera.  Yo soy
el pan vivo que he descendido del cielo: si alguno comiere de este pan, vivirá
para siempre; y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida
del mundo.  Entonces los Judíos contendían entre sí, diciendo: ¿Cómo puede
éste darnos su carne á comer?  Y Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo:
Si no comiereis la carne del Hijo del hombre, y bebiereis su sangre, no
tendréis vida en vosotros.  El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida
eterna: y yo le resucitaré en el día postrero.  Porque mi carne es verdadera
comida, y mi sangre es verdadera bebida.  El que come mi carne y bebe mi
sangre, en mí permanece, y yo en él.  Como me envió el Padre viviente, y yo
vivo por el Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por mí.  Este es
el pan que descendió del cielo: no como vuestros padres comieron el maná, y
son muertos: el que come de este pan, vivirá eternamente.  Estas cosas dijo en
la sinagoga, enseñando en Capernaum.  Y muchos de sus discípulos oyéndo lo,
dijeron: Dura es esta palabra: ¿quién la puede oir?  Y sabiendo Jesús en sí
mismo que sus discípulos murmuraban de esto, díjoles: ¿Esto os escandaliza?
¿Pues qué, si viereis al Hijo del hombre que sube donde estaba primero?  El
espíritu es el que da vida; la carne nada aprovecha: las palabras que yo os he
hablado, son espíritu y son vida.  Mas hay algunos de vosotros que no creen.
Porque Jesús desde el principio sabía quiénes eran los que no creían, y quién
le había de entregar.  Y dijo: Por eso os he dicho que ninguno puede venir á
mí, si no le fuere dado del Padre.  Desde esto, muchos de sus discípulos
volvieron atrás, y ya no andaban con él.  Dijo entonces Jesús á los doce:
¿Queréis vosotros iros también?  Y respondióle Simón Pedro: Señor, ¿á quién
iremos? tú tienes palabras de vida eterna.  Y nosotros creemos y conocemos que
tú eres el Cristo, el Hijo de Dios viviente.  Jesús le respondió: ¿No he
escogido yo á vosotros doce, y uno de vosotros es diablo?  Y hablaba de Judas
Iscariote, hijo de Simón, porque éste era el que le había de entregar, el cual
era uno de los doce.

/7 Y PASADAS estas cosas andaba Jesús en Galilea: que no quería andar en
Judea, porque los Judíos procuraban matarle.  Y estaba cerca la fiesta de los
Judíos, la de los tabernáculos.  Y dijéronle sus hermanos: Pásate de aquí, y
vete á Judea, para que también tus discípulos vean las obras que haces.  Que
ninguno que procura ser claro, hace algo en oculto. Si estas cosas haces,
manifiéstate al mundo.  Porque ni aun sus hermanos creían en él.  Díceles
entonces Jesús: Mi tiempo aun no ha venido; mas vuestro tiempo siempre está
presto.  No puede el mundo aborreceros á vosotros; mas á mí me aborrece,
porque yo doy testimonio de él, que sus obras son malas.  Vosotros subid á
esta fiesta; yo no subo aún á esta fiesta, porque mi tiempo aun no es
cumplido.  Y habiéndoles dicho esto, quedóse en Galilea.  Mas como sus
hermanos hubieron subido, entonces él también subió á la fiesta, no
manifiestamente, sino como en secreto.  Y buscábanle los Judíos en la fiesta,
y decían: ¿Dónde está aquél?  Y había grande murmullo de él entre la gente:
porque unos decían: Bueno es; y otros decían: No, antes engaña á las gentes.
Mas ninguno hablaba abiertamente de él, por miedo de los Judíos.  Y al medio
de la fiesta subió Jesús al templo, y enseñaba.  Y maravillábanse los Judíos,
diciendo: ¿Cómo sabe éste letras, no habiendo aprendido?  Respondióles Jesús,
y dijo: Mi doctrina no es mía, sino de aquél que me envió.  El que quisiere
hacer su voluntad, conocerá de la doctrina si viene de Dios, ó si yo hablo de
mí mismo.  El que habla de sí mismo, su propia gloria busca; mas el que busca
la gloria del que le envió, éste es verdadero, y no hay en él injusticia.  ¿No
os dió Moisés la ley, y ninguno de vosotros hace la ley? ¿Por qué me procuráis
matar?  Respondió la gente, y dijo: Demonio tienes: ¿quién te procura matar?
Jesús respondió, y díjoles: Una obra hice, y todos os maravilláis.  Cierto,
Moisés os dió la circuncisión (no porque sea de Moisés, mas de los padres); y
en sábado circuncidáis al hombre.  Si recibe el hombre la circuncisión en
sábado, para que la ley de Moisés no sea quebrantada, ¿os enojáis conmigo
porque en sábado hice sano todo un hombre?  No juzguéis según lo que parece,
mas juzgad justo juicio.  Decían entonces unos de los de Jerusalem: ¿No es
éste al que buscan para matarlo?  Y he aquí, habla públicamente, y no le dicen
nada; ¿si habrán entendido verdaderamente los príncipes, que éste es el
Cristo?  Mas éste, sabemos de dónde es: y cuando viniere el Cristo, nadie
sabrá de dónde sea.  Entonces clamaba Jesús en el templo, enseñando y
diciendo: Y á mí me conocéis, y sabéis de dónde soy: y no he venido de mí
mismo; mas el que me envió es verdadero, al cual vosotros no conocéis.  Yo le
conozco, porque de él soy, y él me envió.  Entonces procuraban prenderle; mas
ninguno puso en él mano, porque aun no había venido su hora.  Y muchos del
pueblo creyeron en él, y decían: El Cristo, cuando viniere, ¿hará más señales
que las que éste hace?  Los Fariseos oyeron á la gente que murmuraba de él
estas cosas; y los príncipes de los sacerdotes y los Fariseos enviaron
servidores que le prendiesen.  Y Jesús dijo: Aun un poco de tiempo estaré con
vosotros, é iré al que me envió.  Me buscaréis, y no me hallaréis; y donde yo
estaré, vosotros no podréis venir.  Entonces los Judíos dijeron entre sí: ¿A
dónde se ha de ir éste que no le hallemos? ¿Se ha de ir á los esparcidos entre
los Griegos, y á enseñar á los Griegos?  ¿Qué dicho es éste que dijo: Me
buscaréis, y no me hallaréis; y donde yo estaré, vosotros no podréis venir?

Mas en el postrer día grande de la fiesta, Jesús se ponía en pie y clamaba,
diciendo: Si alguno tiene sed, venga á mí y beba.  El que cree en mí, como
dice la Escritura, ríos de agua viva correrán de su vientre.  (Y esto dijo del
Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él: pues aun no había
venido el Espíritu Santo; porque Jesús no estaba aún glorificado.) Entonces
algunos de la multitud, oyendo este dicho, decían: Verdaderamente éste es el
profeta.  Otros decían: Este es el Cristo. Algunos empero decían: ¿De Galilea
ha de venir el Cristo?  ¿No dice la Escritura, que de la simiente de David, y
de la aldea de Bethlehem, de donde era David, vendrá el Cristo?  Así que había
disensión entre la gente acerca de él.  Y algunos de ellos querían prenderle;
mas ninguno echó sobre él manos.  Y los ministriles vinieron á los principales
sacerdotes y á los Fariseos; y ellos les dijeron: ¿Por qué no le trajisteis?
Los ministriles respondieron: Nunca ha hablado hombre así como este hombre.
Entonces los Fariseos les respondieron: ¿Estáis también vosotros engañados?
¿Ha creído en él alguno de los príncipes, ó de los Fariseos?  Mas estos
comunales que no saben la ley, malditos son.  Díceles Nicodemo (el que vino á
él de noche, el cual era uno de ellos): ¿Juzga nuestra ley á hombre, si
primero no oyere de él, y entendiere lo que ha hecho?  Respondieron y
dijéronle: ¿Eres tú también Galileo? Escudriña y ve que de Galilea nunca se
levantó profeta.  Y fuése cada uno á su casa.

/8 Y JESUS se fué al monte de las Olivas.  Y por la mañana volvió al templo, y
todo el pueblo vino á él: y sentado él, los enseñaba.  Entonces los escribas y
los Fariseos le traen una mujer tomada en adulterio; y poniéndola en medio,
Dícenle: Maestro, esta mujer ha sido tomada en el mismo hecho, adulterando; Y
en la ley Moisés nos mandó apedrear á las tales: tú pues, ¿qué dices?  Mas
esto decían tentándole, para poder acusarle. Empero Jesús, inclinado hacia
abajo, escribía en tierra con el dedo.  Y como perseverasen preguntándole,
enderezóse, y díjoles: El que de vosotros esté sin pecado, arroje contra ella
la piedra el primero.  Y volviéndose á inclinar hacia abajo, escribía en
tierra.  Oyendo, pues, ellos, redargüidos de la conciencia, salíanse uno á
uno, comenzando desde los más viejos hasta los postreros: y quedó solo Jesús,
y la mujer que estaba en medio.  Y enderezándose Jesús, y no viendo á nadie
más que á la mujer, díjole: ¿Mujer, dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno
te ha condenado?  Y ella dijo: Señor, ninguno. Entonces Jesús le dijo: Ni yo
te condeno: vete, y no peques más.

Y hablóles Jesús otra vez, diciendo: Yo soy la luz del mundo: el que me sigue,
no andará en tinieblas, mas tendrá la lumbre de la vida.  Entonces los
Fariseos le dijeron: Tú de ti mismo das testimonio: tu testimonio no es
verdadero.  Respondió Jesús, y díjoles: Aunque yo doy testimonio de mí mismo,
mi testimonio es verdadero, porque sé de dónde he venido y á dónde voy; mas
vosotros no sabéis de dónde vengo, y á dónde voy.  Vosotros según la carne
juzgáis; mas yo no juzgo á nadie.  Y si yo juzgo, mi juicio es verdadero;
porque no soy solo, sino yo y el que me envió, el Padre.  Y en vuestra ley
está escrito que el testimonio de dos hombres es verdadero.  Yo soy el que doy
testimonio de mí mismo: y da testimonio de mí el que me envió, el Padre.  Y
decíanle: ¿Dónde está tu Padre? Respondió Jesús: Ni á mí me conocéis, ni á mi
Padre; si á mí me conocieseis, á mi Padre también conocierais.  Estas palabras
habló Jesús en el lugar de las limosnas, enseñando en el templo: y nadie le
prendió; porque aun no había venido su hora.  Y díjoles otra vez Jesús: Yo me
voy, y me buscaréis, mas en vuestro pecado moriréis: á donde yo voy, vosotros
no podéis venir.  Decían entonces los Judíos: ¿Hase de matar á sí mismo, que
dice: A donde yo voy, vosotros no podéis venir?  Y decíales: Vosotros sois de
abajo, yo soy de arriba; vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo.
Por eso os dije que moriréis en vuestros pecados: porque si no creyereis que
yo soy, en vuestros pecados moriréis.  Y decíanle: ¿Tú quién eres? Entonces
Jesús les dijo: El que al principio también os he dicho.  Muchas cosas tengo
que decir y juzgar de vosotros: mas el que me envió, es verdadero: y yo, lo
que he oído de él, esto hablo en el mundo.  Mas no entendieron que él les
hablaba del Padre.  Díjoles pues, Jesús: Cuando levantareis al Hijo del
hombre, entonces entenderéis que yo soy, y que nada hago de mí mismo; mas como
el Padre me enseñó, esto hablo.  Porque el que me envió, conmigo está; no me
ha dejado solo el Padre; porque yo, lo que á él agrada, hago siempre.

Hablando él estas cosas, muchos creyeron en él.  Y decía Jesús á los Judíos
que le habían creído: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis
verdaderamente mis discípulos; Y conoceréis la verdad, y la verdad os
libertará.  Y respondiéronle: Simiente de Abraham somos, y jamás servimos á
nadie: ¿cómo dices tú: Seréis libres?  Jesús les respondió: De cierto, de
cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, es siervo de pecado.  Y el
siervo no queda en casa para siempre: el hijo queda para siempre.  Así que, si
el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres.  Sé que sois simiente de
Abraham, mas procuráis matarme, porque mi palabra no cabe en vosotros.  Yo
hablo lo que he visto cerca del Padre; y vosotros hacéis lo que habéis oído
cerca de vuestro padre.  Respondieron y dijéronle: Nuestro padre es Abraham.
Díceles Jesús: Si fuerais hijos de Abraham, las obras de Abraham harías.
Empero ahora procuráis matarme, hombre que os he hablado la verdad, la cual he
oído de Dios: no hizo esto Abraham.  Vosotros hacéis las obras de vuestro
padre. Dijéronle entonces: Nosotros no somos nacidos de fornicación; un padre
tenemos, que es Dios.  Jesús entonces les dijo: Si vuestro padre fuera Dios,
ciertamente me amaríais: porque yo de Dios he salido, y he venido; que no he
venido de mí mismo, mas él me envió.  ¿Por qué no reconocéis mi lenguaje?
porque no podéis oir mi palabra.  Vosotros de vuestro padre el diablo sois, y
los deseos de vuestro padre queréis cumplir. Él, homicida ha sido desde el
principio, y no permaneció en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando
habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre d Y porque yo digo
verdad, no me creéis.  ¿Quién de vosotros me redarguye de pecado? Pues si digo
verdad, ¿por qué vosotros no me creéis?  El que es de Dios, las palabras de
Dios oye: por esto no las oís vosotros, porque no sois de Dios.  Respondieron
entonces los Judíos, y dijéronle: ¿No decimos bien nosotros, que tú eres
Samaritano, y tienes demonio?  Respondió Jesús: Yo no tengo demonio, antes
honro á mi Padre; y vosotros me habéis deshonrado.  Y no busco mi gloria: hay
quien la busque, y juzgue.  De cierto, de cierto os digo, que el que guardare
mi palabra, no verá muerte para siempre.  Entonces los Judíos le dijeron:
Ahora conocemos que tienes demonio. Abraham murió, y los profetas, y tú dices:
El que guardare mi palabra, no gustará muerte para siempre.  ¿Eres tú mayor
que nuestro padre Abraham, el cual murió? y los profetas murieron: ¿quién te
haces á ti mismo?  Respondió Jesús: Si yo me glorifico á mí mismo, mi gloria
es nada: mi Padre es el que me glorifica; el que vosotros decís que es vuestro
Dios; Y no le conocéis: mas yo le conozco; y si dijere que no le conozco, seré
como vosotros mentiroso: mas le conozco, y guardo su palabra.  Abraham vuestro
padre se gozó por ver mi día; y lo vió, y se gozó.  Dijéronle entonces los
Judíos: Aun no tienes cincuenta años, ¿y has visto á Abraham?  Díjoles Jesús:
De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, yo soy.  Tomaron
entonces piedras para tirarle: mas Jesús se encubrió, y salió del templo; y
atravesando por medio de ellos, se fué.
 
/9 Y PASANDO Jesús, vió un hombre ciego desde su nacimiento.  Y preguntáronle
sus discípulos, diciendo: Rabbí, ¿quién pecó, éste ó sus padres, para que
naciese ciego?  Respondió Jesús: Ni éste pecó, ni sus padres: mas para que las
obras de Dios se manifiesten en él.  Conviéneme obrar las obrar del que me
envió, entre tanto que el día dura: la noche viene, cuando nadie puede obrar.
Entre tanto que estuviere en el mundo, luz soy del mundo.  Esto dicho, escupió
en tierra, é hizo lodo con la saliva, y untó con el lodo sobre los ojos del
ciego, Y díjole: Ve, lávate en el estanque de Siloé (que significa, si lo
interpretares, Enviado). Y fué entonces, y lavóse, y volvió viendo.  Entonces
los vecinos, y los que antes le habían visto que era ciego, decían: ¿no es
éste el que se sentaba y mendigaba?  Unos decían: Este es; y otros: A él se
parece. El decía: Yo soy.  Y dijéronle: ¿Cómo te fueron abiertos los ojos?
Respondió él y dijo: El hombre que se llama Jesús, hizo lodo, y me untó los
ojos, y me dijo: Ve al Siloé, y lávate: y fuí, y me lavé, y recibí la vista.
Entonces le dijeron: ¿Dónde está aquél? El dijo: No sé.  Llevaron á los
Fariseos al que antes había sido ciego.  Y era sábado cuando Jesús había hecho
el lodo, y le había abierto los ojos.  Y volviéronle á preguntar también los
Fariseos de qué manera había recibido la vista. Y él les dijo: Púsome lodo
sobre los ojos, y me lavé, y veo.  Entonces unos de los Fariseos decían: Este
hombre no es de Dios, que no guarda el sábado. Otros decían: ¿Cómo puede un
hombre pecador hacer estas señales? Y había disensión entre ellos.  Vuelven á
decir al ciego: ¿Tú, qué dices del que te abrió los ojos? Y él dijo: Que es
profeta.  Mas los Judíos no creían de él, que había sido ciego, y hubiese
recibido la vista, hasta que llamaron á los padres del que había recibido la
vista; Y preguntáronles, diciendo: ¿Es éste vuestro hijo, el que vosotros
decís que nació ciego? ¿Cómo, pues, ve ahora?  Respondiéronles sus padres y
dijeron: Sabemos que éste es nuestro hijo, y que nació ciego: Mas cómo vea
ahora, no sabemos; ó quién le haya abierto los ojos, nosotros no lo sabemos;
él tiene edad, preguntadle á él; él hablará de sí.  Esto dijeron sus padres,
porque tenían miedo de los Judíos: porque ya los Judíos habían resuelto que si
alguno confesase ser él el Mesías, fuese fuera de la sinagoga.  Por eso
dijeron sus padres: Edad tiene, preguntadle á él.  Así que, volvieron á llamar
al hombre que había sido ciego, y dijéronle: Da gloria á Dios: nosotros
sabemos que este hombre es pecador.  Entonces él respondió, y dijo: Si es
pecador, no lo sé: una cosa sé, que habiendo yo sido ciego, ahora veo.  Y
volviéronle á decir: ¿Qué te hizo? ¿Cómo te abrió los ojos?  Respondióles: Ya
os lo he dicho, y no habéis atendido: ¿por qué lo queréis otra vez oir?
¿queréis también vosotros haceros sus discípulos?  Y le ultrajaron, y dijeron:
Tú eres su discípulo; pero nosotros discípulos de Moisés somos.  Nosotros
sabemos que á Moisés habló Dios: mas éste no sabemos de dónde es.  Respondió
aquel hombre, y díjoles: Por cierto, maravillosa cosa es ésta, que vosotros no
sabéis de dónde sea, y á mí me abrió los ojos.  Y sabemos que Dios no oye á
los pecadores: mas si alguno es temeroso de Dios, y hace su voluntad, á éste
oye.  Desde el siglo no fué oído, que abriese alguno los ojos de uno que nació
ciego.  Si éste no fuera de Dios, no pudiera hacer nada.  Respondieron, y
dijéronle: En pecados eres nacido todo, ¿y tú nos enseñas? Y echáronle fuera.
Oyó Jesús que le habían echado fuera; y hallándole, díjole: ¿Crees tú en el
Hijo de Dios?  Respondió él, y dijo: ¿Quién es, Señor, para que crea en él?  Y
díjole Jesús: Y le has visto, y el que habla contigo, él es.  Y él dice: Creo,
Señor; y adoróle.  Y dijo Jesús: Yo, para juicio he venido á este mundo: para
que los que no ven, vean; y los que ven, sean cegados.  Y ciertos de los
Fariseos que estaban con él oyeron esto, y dijéronle: ¿Somos nosotros también
ciegos?  Díjoles Jesús: Si fuerais ciegos, no tuvierais pecado: mas ahora
porque decís, Vemos, por tanto vuestro pecado permanece.

/10 DE cierto, de cierto os digo: El que no entra por la puerta en el corral
de las ovejas, mas sube por otra parte, el tal es ladrón y robador.  Mas el
que entra por la puerta, el pastor de las ovejas es.  A éste abre el portero,
y las ovejas oyen su voz: y á sus ovejas llama por nombre, y las saca.  Y como
ha sacado fuera todas las propias, va delante de ellas; y las ovejas le
siguen, porque conocen su voz.  Mas al extraño no seguirán, antes huirán de
él: porque no conocen la voz de los extraños.  Esta parábola les dijo Jesús;
mas ellos no entendieron qué era lo que les decía.  Volvióles, pues, Jesús á
decir: De cierto, de cierto os digo: Yo soy la puerta de las ovejas.  Todos
los que antes de mí vinieron, ladrones son y robadores; mas no los oyeron las
ovejas.  Yo soy la puerta: el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y
saldrá, y hallará pastos.  El ladrón no viene sino para hurtar, y matar, y
destruir: yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en
abundancia.  Yo soy el buen pastor: el buen pastor su vida da por las ovejas.
Mas el asalariado, y que no es el pastor, de quien no son propias las ovejas,
ve al lobo que viene, y deja las ovejas, y huye, y el lobo las arrebata, y
esparce las ovejas.  Así que, el asalariado, huye, porque es asalariado, y no
tiene cuidado de las ovejas.  Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y
las mías me conocen.  Como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; y pongo
mi vida por las ovejas.  También tengo otras ovejas que no son de este redil;
aquéllas también me conviene traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un
pastor.  Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla á
tomar.  Nadie me la quita, mas yo la pongo de mí mismo. Tengo poder para
ponerla, y tengo poder para volverla á tomar. Este mandamiento recibí de mi
Padre.

Y volvió á haber disensión entre los Judíos por estas palabras.  Y muchos de
ellos decían: Demonio tiene, y está fuera de sí; ¿para qué le oís?  Decían
otros: Estas palabras no son de endemoniado: ¿puede el demonio abrir los ojos
de los ciegos?  Y se hacía la fiesta de la dedicación en Jerusalem; y era
invierno; Y Jesús andaba en el templo por el portal de Salomón.  Y rodeáronle
los Judíos y dijéronle: ¿Hasta cuándo nos has de turbar el alma? Si tú eres el
Cristo, dínos lo abiertamente.  Respondióles Jesús: Os lo he dicho, y no
creéis: las obras que yo hago en nombre de mi Padre, ellas dan testimonio de
mí; Mas vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas, como os he dicho.
Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen; Y yo les doy vida
eterna y no perecerán para siempre, ni nadie las arrebatará de mi mano.  Mi
Padre que me las dió, mayor que todos es y nadie las puede arrebatar de la
mano de mi Padre.  Yo y el Padre una cosa somos.  Entonces volvieron á tomar
piedras los Judíos para apedrearle.  Respondióles Jesús: Muchas buenas obras
os he mostrado de mi Padre, ¿por cuál obra de esas me apedreáis?
Respondiéronle los Judíos, diciendo: Por buena obra no te apedreamos, sino por
la blasfemia; y porque tú, siendo hombre, te haces Dios.  Respondióles Jesús:
¿No está escrito en vuestra ley: Yo dije, Dioses sois?  Si dijo, dioses, á
aquellos á los cuales fué hecha palabra de Dios (y la Escritura no puede ser
quebrantada); ¿A quien el Padre santificó y envió al mundo, vosotros decís: Tú
blasfemas, porque dije: Hijo de Dios soy?  Si no hago obras de mi Padre, no me
creáis.  Mas si las hago, aunque á mí no creáis, creed á las obras; para que
conozcáis y creáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre.  Y procuraban
otra vez prenderle; mas él se salió de sus manos; Y volvióse tras el Jordán, á
aquel lugar donde primero había estado bautizando Juan; y estúvose allí.  Y
muchos venían á él, y decían: Juan, á la verdad, ninguna señal hizo; mas todo
lo que Juan dijo de éste, era verdad.  Y muchos creyeron allí en él.
 
/11 ESTABA entonces enfermo uno llamado Lázaro, de Bethania, la aldea de María
y de Marta su hermana.  (Y María, cuyo hermano Lázaro estaba enfermo, era la
que ungió al Señor con ungüento, y limpió sus pies con sus cabellos) Enviaron,
pues, sus hermanas á él, diciendo: Señor, he aquí, el que amas está enfermo.
Y oyéndolo Jesús, dijo: Esta enfermedad no es para muerte, mas por gloria de
Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.  Y amaba Jesús á
Marta, y á su hermana, y á Lázaro.  Como oyó pues que estaba enfermo, quedóse
aún dos días en aquel lugar donde estaba.  Luego, después de esto, dijo á los
discípulos: Vamos á Judea otra vez.  Dícenle los discípulos: Rabbí, ahora
procuraban los Judíos apedrearte, ¿y otra vez vas allá?  Respondió Jesús: ¿No
tiene el día doce horas? El que anduviere de día, no tropieza, porque ve la
luz de este mundo.  Mas el que anduviere de noche, tropieza, porque no hay luz
en él.  Dicho esto, díceles después: Lázaro nuestro amigo duerme; mas voy á
despertarle del sueño.  Dijeron entonces sus discípulos: Señor, si duerme,
salvo estará.  Mas esto decía Jesús de la muerte de él: y ellos pensaron que
hablaba del reposar del sueño.  Entonces, pues, Jesús les dijo claramente:
Lázaro es muerto; Y huélgome por vosotros, que yo no haya estado allí, para
que creáis: mas vamos á él.  Dijo entonces Tomás, el que se dice el Dídimo, á
sus condiscípulos: Vamos también nosotros, para que muramos con él.  Vino pues
Jesús, y halló que había ya cuatro días que estaba en el sepulcro.  Y Bethania
estaba cerca de Jerusalem, como quince estadios; Y muchos de los Judíos habían
venido á Marta y á María, á consolarlas de su hermano.  Entonces Marta, como
oyó que Jesús venía, salió á encontrarle; mas María se estuvo en casa.  Y
Marta dijo á Jesús: Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no fuera
muerto; Mas también sé ahora, que todo lo que pidieres de Dios, te dará Dios.
Dícele Jesús: Resucitará tu hermano.  Marta le dice: Yo sé que resucitará en
la resurrección en el día postrero.  Dícele Jesús: Yo soy la resurrección y la
vida: el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá.  Y todo aquel que vive y
cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?  Dícele: Sí Señor; yo he
creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo.  Y
esto dicho, fuése, y llamó en secreto á María su hermana, diciendo: El Maestro
está aquí y te llama.  Ella, como lo oyó, levántase prestamente y viene á él.
(Que aun no había llegado Jesús á la aldea, mas estaba en aquel lugar donde
Marta le había encontrado.) Entonces los Judíos que estaban en casa con ella,
y la consolaban, como vieron que María se había levantado prestamente, y había
salido, siguiéronla, diciendo: Va al sepulcro á llorar allí.  Mas María, como
vino donde estaba Jesús, viéndole, derribóse á sus pies, diciéndole: Señor, si
hubieras estado aquí, no fuera muerto mi hermano.  Jesús entonces, como la vió
llorando, y á los Judíos que habían venido juntamente con ella llorando, se
conmovió en espíritu, y turbóse, Y dijo: ¿Dónde le pusisteis? Dicenle: Señor,
ven, y ve.  Y lloró Jesús.  Dijeron entonces los Judíos: Mirad cómo le amaba.
Y algunos de ellos dijeron: ¿No podía éste que abrió los ojos al ciego, hacer
que éste no muriera?  Y Jesús, conmoviéndose otra vez en sí mismo, vino al
sepulcro. Era una cueva, la cual tenía una piedra encima.  Dice Jesús: Quitad
la piedra. Marta, la hermana del que se había muerto, le dice: Señor, hiede
ya, que es de cuatro días.  Jesús le dice: ¿No te he dicho que, si creyeres,
verás la gloria de Dios?  Entonces quitaron la piedra de donde el muerto había
sido puesto. Y Jesús, alzando los ojos arriba, dijo: Padre, gracias te doy que
me has oído.  Que yo sabía que siempre me oyes; mas por causa de la compañía
que está alrededor, lo dije, para que crean que tú me has enviado.  Y habiendo
dicho estas cosas, clamó á gran voz: Lázaro, ven fuera.  Y el que había estado
muerto, salió, atadas las manos y los pies con vendas; y su rostro estaba
envuelto en un sudario. Díceles Jesús: Desatadle, y dejadle ir.  Entonces
muchos de los Judíos que habían venido á María, y habían visto lo que había
hecho Jesús, creyeron en él.  Mas algunos de ellos fueron á los Fariseos, y
dijéronles lo que Jesús había hecho.

Entonces los pontífices y los Fariseos juntaron concilio, y decían: ¿Qué
hacemos? porque este hombre hace muchas señales.  Si le dejamos así, todos
creerán en él: y vendrán los Romanos, y quitarán nuestro lugar y la nación.  Y
Caifás, uno de ellos, sumo pontífice de aquel año, les dijo: Vosotros no
sabéis nada; Ni pensáis que nos conviene que un hombre muera por el pueblo, y
no que toda la nación se pierda.  Mas esto no lo dijo de sí mismo; sino que,
como era el sumo pontífice de aquel año, profetizó que Jesús había de morir
por la nación: Y no solamente por aquella nación, mas también para que juntase
en uno los hijos de Dios que estaban derramados.  Así que, desde aquel día
consultaban juntos de matarle.  Por tanto, Jesús ya no andaba manifiestamente
entre los Judíos; mas fuése de allí á la tierra que está junto al desierto, á
una ciudad que se llama Ephraim: y estábase allí con sus discípulos Y la
Pascua de los Judíos estaba cerca: y muchos subieron de aquella tierra á
Jerusalem antes de la Pascua, para purificarse; Y buscaban á Jesús, y hablaban
los unos con los otros estando en el templo. ¿Qué os parece, que no vendrá á
la fiesta?  Y los pontífices y los Fariseos habían dado mandamiento, que si
alguno supiese dónde estuviera, lo manifestase, para que le prendiesen.

/12 Y JESUS, seis días antes de la Pascua, vino á Bethania, donde estaba
Lázaro, que había sido muerto, al cual había resucitado de los muertos.  E
hiciéronle allí una cena y Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban
sentados á la mesa juntamente con él.  Entonces María tomó una libra de
ungüento de nardo líquido de mucho precio, y ungió los pies de Jesús, y limpió
sus pies con sus cabellos: y la casa se llenó del olor del ungüento.  Y dijo
uno de sus discípulos, Judas Iscariote, hijo de Simón, el que le había de
entregar: ¿Por qué no se ha vendido este ungüento por trescientos dineros, y
se dió á los pobres?  Mas dijo esto, no por el cuidado que él tenía de los
pobres: sino porque era ladrón, y tenía la bolsa, y traía lo que se echaba en
ella.  Entonces Jesús dijo: Déjala; para el día de mi sepultura ha guardado
esto; Porque á los pobres siempre los tenéis con vosotros, mas á mí no siempre
me tenéis.  Entonces mucha gente de los Judíos entendió que él estaba allí; y
vinieron no solamente por causa de Jesús, mas también por ver á Lázaro, al
cual había resucitado de los muertos.  Consultaron asimismo los príncipes de
los sacerdotes, de matar también á Lázaro; Porque muchos de los Judíos iban y
creían en Jesús por causa de él.  El siguiente día, mucha gente que había
venido á la fiesta, como oyeron que Jesús venía á Jerusalem, Tomaron ramos de
palmas, y salieron á recibirle, y clamaban: ¡Hosanna, Bendito el que viene en
el nombre del Señor, el Rey de Israel!  Y halló Jesús un asnillo, y se sentó
sobre él, como está escrito: No temas, hija de Sión: he aquí tu Rey viene,
sentado sobre un pollino de asna.  Estas cosas no las entendieron sus
discípulos de primero: empero cuando Jesús fué glorificado, entonces se
acordaron de que estas cosas estaban escritas de él, y que le hicieron estas
cosas.  Y la gente que estaba con él, daba testimonio de cuando llamó á Lázaro
del sepulcro, y le resucitó de los muertos.  Por lo cual también había venido
la gente á recibirle, porque había oído que él había hecho esta señal; Mas los
Fariseos dijeron entre sí: ¿Veis que nada aprovecháis? he aquí, el mundo se va
tras de él.  Y había ciertos Griegos de los que habían subido á adorar en la
fiesta: Estos pues, se llegaron á Felipe, que era de Bethsaida de Galilea, y
rogáronle, diciendo: Señor, querríamos ver á Jesús.  Vino Felipe, y díjolo á
Andrés: Andrés entonces, y Felipe, lo dicen á Jesús.  Entonces Jesús les
respondió, diciendo: La hora viene en que el Hijo del hombre ha de ser
glorificado.  De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en
la tierra y muere, él solo queda; mas si muriere, mucho fruto lleva.  El que
ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida
eterna la guardará.  Si alguno me sirve, sígame: y donde yo estuviere, allí
también estará mi servidor. Si alguno me sirviere, mi Padre le honrará.  Ahora
está turbada mi alma; ¿y qué diré? Padre, sálvame de esta hora. Mas por esto
he venido en esta hora.  Padre, glorifica tu nombre. Entonces vino una voz del
cielo: Y lo he glorificado, y lo glorificaré otra vez.  Y la gente que estaba
presente, y había oído, decía que había sido trueno. Otros decían: Angel le ha
hablado.  Respondió Jesús, y dijo: No ha venido esta voz por mi causa, mas por
causa de vosotros.  Ahora es el juicio de este mundo: ahora el príncipe de
este mundo será echado fuera.  Y yo, si fuere levantado de la tierra, á todos
traeré á mí mismo.  Y esto decía dando á entender de qué muerte había de
morir.  Respondióle la gente: Nosotros hemos oído de la ley, que el Cristo
permanece para siempre: ¿cómo pues dices tú: Conviene que el Hijo del hombre
sea levantado? ¿Quién es este Hijo del hombre?  Entonces Jesús les dice: Aun
por un poco estará la luz entre vosotros: andad entre tanto que tenéis luz,
porque no os sorprendan las tinieblas; porque el que anda en tinieblas, no
sabe dónde va.  Entre tanto que tenéis la luz, creed en la luz, para que seáis
hijos de luz. Estas cosas habló Jesús, y fuése, y escondióse de ellos.

Empero habiendo hecho delante de ellos tantas señales, no creían en él.  Para
que se cumpliese el dicho que dijo el profeta Isaías: ¿Señor, quién ha creído
á nuestro dicho? ¿Y el brazo del Señor, á quién es revelado?  Por esto no
podían creer, porque otra vez dijo Isaías: Cegó los ojos de ellos, y endureció
su corazón; Porque no vean con los ojos, y entiendan de corazón, Y se
conviertan, Y yo los sane.  Estas cosas dijo Isaías cuando vió su gloria, y
habló de él.  Con todo eso, aun de los príncipes, muchos creyeron en él; mas
por causa de los Fariseos no lo confesaban, por no ser echados de la sinagoga.
Porque amaban más la gloria de los hombres que la gloria de Dios.  Mas Jesús
clamó y dijo: El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me envió; Y el
que me ve, ve al que me envió.  Yo la luz he venido al mundo, para que todo
aquel que cree en mí no permanezca en tinieblas.  Y el que oyere mis palabras,
y no las creyere, yo no le juzgo; porque no he venido á juzgar al mundo, sino
á salvar al mundo.  El que me desecha, y no recibe mis palabras, tiene quien
le juzgue: la palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero.
Porque yo no he hablado de mí mismo; mas el Padre que me envió, él me dió
mandamiento de lo que he de decir, y de lo que he de hablar.  Y sé que su
mandamiento es vida eterna: así que, lo que yo hablo, como el Padre me lo ha
dicho, así hablo.

/13 ANTES de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que su hora había venido
para que pasase de este mundo al Padre, como había amado á los suyos que
estaban en el mundo, amólos hasta el fin.  Y la cena acabada, como el diablo
ya había metido en el corazón de Judas, hijo de Simón Iscariote, que le
entregase, Sabiendo Jesús que el Padre le había dado todas las cosas en las
manos, y que había salido de Dios, y á Dios iba, Levántase de la cena, y
quítase su ropa, y tomando una toalla, ciñóse.  Luego puso agua en un
lebrillo, y comenzó á lavar los pies de los discípulos, y á limpiarlos con la
toalla con que estaba ceñido.  Entonces vino á Simón Pedro; y Pedro le dice:
¿Señor, tú me lavas los pies?  Respondió Jesús, y díjole: Lo que yo hago, tú
no entiendes ahora; mas lo entenderás después.  Dícele Pedro: No me lavarás
los pies jamás. Respondióle Jesús: Si no te lavare, no tendrás parte conmigo.
Dícele Simón Pedro: Señor, no sólo mis pies, mas aun las manos y la cabeza.
Dícele Jesús: El que está lavado, no necesita sino que lave los pies, mas está
todo limpio: y vosotros limpios estáis, aunque no todos.  Porque sabía quién
le había de entregar; por eso dijo: No estáis limpios todos.  Así que, después
que les hubo lavado los pies, y tomado su ropa, volviéndose á sentar á la
mesa, díjoles: ¿Sabéis lo que os he hecho?  Vosotros me llamáis, Maestro, y,
Señor: y decís bien; porque lo soy.  Pues si yo, el Señor y el Maestro, he
lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavar los pies los unos á los
otros.  Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros
también hagáis.  De cierto, de cierto os digo: El siervo no es mayor que su
señor, ni el apóstol es mayor que el que le envió.  Si sabéis estas cosas,
bienaventurados seréis, si las hiciereis.  No hablo de todos vosotros: yo sé
los que he elegido: mas para que se cumpla la Escritura: El que come pan
conmigo, levantó contra mí su calcañar.  Desde ahora os lo digo antes que se
haga, para que cuando se hiciere, creáis que yo soy.  De cierto, de cierto os
digo: El que recibe al que yo enviare, á mí recibe; y el que á mí recibe,
recibe al que me envió.

Como hubo dicho Jesús esto, fué conmovido en el espíritu, y protestó, y dijo:
De cierto, de cierto os digo, que uno de vosotros me ha de entregar.  Entonces
los discípulos mirábanse los unos á los otros, dudando de quién decía.  Y uno
de sus discípulos, al cual Jesús amaba, estaba recostado en el seno de Jesús.
A éste, pues, hizo señas Simón Pedro, para que preguntase quién era aquél de
quien decía.  El entonces recostándose sobre el pecho de Jesús, dícele: Señor,
¿quién es?  Respondió Jesús: Aquél es, á quien yo diere el pan mojado. Y
mojando el pan, diólo á Judas Iscariote, hijo de Simón.  Y tras el bocado
Satanás entró en él. Entonces Jesús le dice: Lo que haces, haz lo más presto.
Mas ninguno de los que estaban á la mesa entendió á qué propósito le dijo
esto.  Porque los unos pensaban, por que Judas tenía la bolsa, que Jesús le
decía: Compra lo que necesitamos para la fiesta: ó, que diese algo á los
pobres.  Como él pues hubo tomado el bocado, luego salió: y era ya noche.
Entonces como él salió, dijo Jesús: Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y
Dios es glorificado en él.  Si Dios es glorificado en él, Dios también le
glorificará en sí mismo, y luego le glorificará.  Hijitos, aun un poco estoy
con vosotros. Me buscaréis; mas, como dije á los Judíos: Donde yo voy,
vosotros no podéis venir; así digo á vosotros ahora.  Un mandamiento nuevo os
doy: Que os améis unos á otros: como os he amado, que también os améis los
unos á los otros.  En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si
tuviereis amor los unos con los otros.  Dícele Simón Pedro: Señor, ¿adónde
vas? Respondióle Jesús: Donde yo voy, no me puedes ahora seguir; mas me
seguirás después.  Dícele Pedro: Señor, ¿por qué no te puedo seguir ahora? mi
alma pondré por ti.  Respondióle Jesús: ¿Tu alma pondrás por mí? De cierto, de
cierto te digo: No cantará el gallo, sin que me hayas negado tres veces.

/14 NO se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí.  En la
casa de mi Padre muchas moradas hay: de otra manera os lo hubiera dicho: voy,
pues, á preparar lugar para vosotros.  Y si me fuere, y os aparejare lugar,
vendré otra vez, y os tomaré á mí mismo: para que donde yo estoy, vosotros
también estéis.  Y sabéis á dónde yo voy; y sabéis el camino.  Dícele Tomás:
Señor, no sabemos á dónde vas: ¿cómo, pues, podemos saber el camino?  Jesús le
dice: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida: nadie viene al Padre, sino por
mí.  Si me conocieseis, también á mi Padre conocierais: y desde ahora le
conocéis, y le habéis visto.  Dícele Felipe: Señor, muéstranos el Padre, y nos
basta.  Jesús le dice: ¿Tanto tiempo ha que estoy con vosotros, y no me has
conocido, Felipe? El que me ha visto, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices
tú: Muéstranos el Padre?  ¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí?
Las palabras que yo os hablo, no las hablo de mí mismo: mas el Padre que está
en mí, él hace las obras.  Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre en mí:
de otra manera, creedme por las mismas obras.  De cierto, de cierto os digo:
El que en mí cree, las obras que yo hago también él las hará; y mayores que
éstas hará; porque yo voy al Padre.  Y todo lo que pidiereis al Padre en mi
nombre, esto haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo.  Si algo
pidiereis en mi nombre, yo lo haré.  Si me amáis, guardad mis mandamientos; Y
yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para
siempre: Al Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no
le ve, ni le conoce: mas vosotros le conocéis; porque está con vosotros, y
será en vosotros.  No os dejaré huérfanos: vendré á vosotros.  Aun un poquito,
y el mundo no me verá más; empero vosotros me veréis; porque yo vivo, y
vosotros también viviréis.  En aquel día vosotros conoceréis que yo estoy en
mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros.  El que tiene mis mandamientos,
y los guarda, aquél es el que me ama; y el que me ama, será amado de mi Padre,
y yo le amaré, y me manifestaré á él.  Dícele Judas, no el Iscariote: Señor,
¿qué hay porque te hayas de manifestar á nosotros, y no al mundo?  Respondió
Jesús, y díjole: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y
vendremos á él, y haremos con él morada.  El que no me ama, no guarda mis
palabras: y la palabra que habéis oído, no es mía, sino del Padre que me
envió.  Estas cosas os he hablado estando con vosotros.  Mas el Consolador, el
Espíritu Santo, al cual el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas
las cosas, y os recordará todas las cosas que os he dicho.  La paz os dejo, mi
paz os doy: no como el mundo la da, yo os la doy. No se turbe vuestro corazón,
ni tenga miedo.  Habéis oído cómo yo os he dicho: Voy, y vengo á vosotros. Si
me amaseis, ciertamente os gozaríais, porque he dicho que voy al Padre: porque
el Padre mayor es que yo.  Y ahora os lo he dicho antes que se haga; para que
cuando se hiciere, creáis.  Ya no hablaré mucho con vosotros: porque viene el
príncipe de este mundo; mas no tiene nada en mí.  Empero para que conozca el
mundo que amo al Padre, y como el Padre me dió el mandamiento, así hago.
Levantaos, vamos de aquí,

/15 YO soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador.  Todo pámpano que en
mí no lleva fruto, le quitará: y todo aquel que lleva fruto, le limpiará, para
que lleve más fruto.  Ya vosotros sois limpios por la palabra que os he
hablado.  Estad en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto
de sí mismo, si no estuviere en la vid; así ni vosotros, si no estuviereis en
mí.  Yo soy la vid, vosotros los pámpanos: el que está en mí, y yo en él, éste
lleva mucho fruto; porque sin mí nada podéis hacer.  El que en mí no
estuviere, será echado fuera como mal pámpano, y se secará; y los cogen, y los
echan en el fuego, y arden.  Si estuviereis en mí, y mis palabras estuvieren
en vosotros, pedid todo lo que quisiereis, y os será hecho.  En esto es
glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos.
Como el Padre me amó, también yo os he amado: estad en mi amor.  Si guardareis
mis mandamientos, estaréis en mi amor; como yo también he guardado los
mandamientos de mi Padre, y estoy en su amor.  Estas cosas os he hablado, para
que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido.  Este es mi
mandamiento: Que os améis los unos á los otros, como yo os he amado.  Nadie
tiene mayor amor que este, que ponga alguno su vida por sus amigos.  Vosotros
sois mis amigos, si hiciereis las cosas que yo os mando.  Ya no os llamaré
siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: mas os he llamado
amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os he hecho notorias.  No
me elegisteis vosotros á mí, mas yo os elegí á vosotros; y os he puesto para
que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca: para que todo lo que
pidiereis del Padre en mi nombre, él os lo dé.  Esto os mando: Que os améis
los unos á los otros.  Si el mundo os aborrece, sabed que á mí me aborreció
antes que á vosotros.  Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; mas
porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso os aborrece el
mundo.  Acordaos de la palabra que yo os he dicho: No es el siervo mayor que
su señor. Si á mí mé han perseguido, también á vosotros perseguirán: si han
guardado mi palabra, también guardarán la vuestra.  Mas todo esto os harán por
causa de mi nombre, porque no conocen al que me ha enviado.  Si no hubiera
venido, ni les hubiera hablado, no tendrían pecado, mas ahora no tienen excusa
de su pecado.  El que me aborrece, también á mi Padre aborrece.  Si no hubiese
hecho entre ellos obras cuales ningún otro ha hecho, no tendrían pecado; mas
ahora, y las han visto, y me aborrecen á mí y á mi Padre.  Mas para que se
cumpla la palabra que está escrita en su ley: Que sin causa me aborrecieron.
Empero cuando viniere el Consolador, el cual yo os enviaré del Padre, el
Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio de mí.  Y
vosotros daréis testimonio, porque estáis conmigo desde el principio.

/16 ESTAS cosas os he hablado, para que no os escandalicéis.  Os echarán de
los sinagogas; y aun viene la hora, cuando cualquiera que os matare, pensará
que hace servició á Dios.  Y estas cosas os harán, porque no conocen al Padre
ni á mí.  Mas os he dicho esto, para que cuando aquella hora viniere, os
acordeis que yo os lo había dicho. Esto empero no os lo dije al principio,
porque yo estaba con vosotros.  Mas ahora voy al que me envió; y ninguno de
vosotros me pregunta: ¿Adónde vas?  Antes, porque os he hablado estas cosas,
tristeza ha henchido vuestro corazón.  Empero yo os digo la verdad: Os es
necesario que yo vaya: porque si yo no fuese, el Consolador no vendría á
vosotros; mas si yo fuere, os le enviaré.  Y cuando él viniere redargüirá al
mundo de pecado, y de justicia, y de juicio: De pecado ciertamente, por cuanto
no creen en mí; Y de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más; Y
de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo es juzgado.  Aun tengo muchas
cosas que deciros, mas ahora no las podéis llevar.  Pero cuando viniere aquel
Espíritu de verdad, él os guiará á toda verdad; porque no hablará de sí mismo,
sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que han de
venir.  El me glorificará: porque tomará de lo mío, y os lo hará saber.  Todo
lo que tiene el Padre, mío es: por eso dije que tomará de lo mío, y os lo hará
saber.  Un poquito, y no me veréis; y otra vez un poquito, y me veréis: porque
yo voy al Padre.  Entonces dijeron algunos de sus discípulos unos á otros:
¿Qué es esto que nos dice: Un poquito, y no me veréis; y otra vez un poquito,
y me veréis: y, por que yo voy al Padre?  Decían pues: ¿Qué es esto que dice:
Un poquito? No entendemos lo que habla.  Y conoció Jesús que le querían
preguntar, y díjoles: ¿Preguntáis entre vosotros de esto que dije: Un poquito,
y no me veréis, y otra vez un poquito, y me veréis?  De cierto, de cierto os
digo, que vosotros lloraréis y lamentaréis, y el mundo se alegrará: empero
aunque vosotros estaréis tristes, vuestra tristeza se tornará en gozo.  La
mujer cuando pare, tiene dolor, porque es venida su hora; mas después que ha
parido un niño, ya no se acuerda de la angustia, por el gozo de que haya
nacido un hombre en el mundo.  También, pues, vosotros ahora ciertamente
tenéis tristeza; mas otra vez os veré, y se gozará vuestro corazón, y nadie
quitará de vosotros vuestro gozo.  Y aquel día no me preguntaréis nada. De
cierto, de cierto os digo, que todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os
lo dará.  Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre: pedid, y recibiréis,
para que vuestro gozo sea cumplido.

Estas cosas os he hablado en proverbios: la hora viene cuando ya no os hablaré
por proverbios, pero claramente os anunciaré del Padre.  Aquel día pediréis en
mi nombre: y no os digo, que yo rogaré al Padre por vosotros; Pues el mismo
Padre os ama, porque vosotros me amasteis, y habéis creído que yo salí de
Dios.  Salí del Padre, y he venido al mundo: otra vez dejo el mundo, y voy al
Padre.  Dícenle sus discípulos: He aquí, ahora hablas claramente, y ningún
proverbio dices.  Ahora entendemos que sabes todas las cosas, y no necesitas
que nadie te pregunte: en esto creemos que has salido de Dios.  Respondióles
Jesús: ¿Ahora creéis?  He aquí, la hora viene, y ha venido, que seréis
esparcidos cada uno por su parte, y me dejaréis solo: mas no estoy solo,
porque el Padre está conmigo.  Estas cosas os he hablado, para que en mí
tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción: mas confiad, yo he vencido al
mundo.

/17 ESTAS cosas habló Jesús, y levantados los ojos al cielo, dijo: Padre, la
hora es llegada; glorifica á tu Hijo, para que también tu Hijo te glorifique á
ti; Como le has dado la potestad de toda carne, para que dé vida eterna á
todos los que le diste.  Esta empero es la vida eterna: que te conozcan el
solo Dios verdadero, y á Jesucristo, al cual has enviado.  Yo te he
glorificado en la tierra: he acabado la obra que me diste que hiciese.  Ahora
pues, Padre, glorifícame tú cerca de ti mismo con aquella gloria que tuve
cerca de ti antes que el mundo fuese.  He manifestado tu nombre á los hombres
que del mundo me diste: tuyos eran, y me los diste, y guardaron tu palabra.
Ahora han conocido que todas las cosas que me diste, son de ti; Porque las
palabras que me diste, les he dado; y ellos las recibieron, y han conocido
verdaderamente que salí de ti, y han creído que tú me enviaste.  Yo ruego por
ellos: no ruego por el mundo, sino por los que me diste; porque tuyos son: Y
todas mis cosas son tus cosas, y tus cosas son mis cosas: y he sido
glorificado en ellas.  Y ya no estoy en el mundo; mas éstos están en el mundo,
y yo á ti vengo. Padre santo, á los que me has dado, guárdalos por tu nombre,
para que sean una cosa, como también nosotros.  Cuando estaba con ellos en el
mundo, yo los guardaba en tu nombre; á los que me diste, yo los guardé, y
ninguno de ellos se perdió, sino el hijo de perdición; para que la Escritura
se cumpliese.  Mas ahora vengo á ti; y hablo esto en el mundo, para que tengan
mi gozo cumplido en sí mismos.  Yo les he dado tu palabra; y el mundo los
aborreció, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.  No ruego
que los quites del mundo, sino que los guardes del mal.  No son del mundo,
como tampoco yo soy del mundo.  Santifícalos en tu verdad: tu palabra es
verdad.  Como tú me enviaste al mundo, también los he enviado al mundo.  Y por
ellos yo me santifico á mí mismo, para que también ellos sean santificados en
verdad.  Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de
creer en mí por la palabra de ellos.  Para que todos sean una cosa; como tú,
oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean en nosotros una cosa: para
que el mundo crea que tú me enviaste.  Y yo, la gloria que me diste les he
dado; para que sean una cosa, como también nosotros somos una cosa.  Yo en
ellos, y tú en mí, para que sean consumadamente una cosa; que el mundo conozca
que tú me enviaste, y que los has amado, como también á mí me has amado.
Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, ellos estén
también conmigo; para que vean mi gloria que me has dado: por cuanto me has
amado desde antes de la constitución del mundo.  Padre justo, el mundo no te
ha conocido, mas yo te he conocido; y éstos han conocido que tú me enviaste; Y
yo les he manifestado tu nombre, y manifestaré lo aún; para que el amor con
que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos.

/18 COMO Jesús hubo dicho estas cosas, salióse con sus discípulos tras el
arroyo de Cedrón, donde estaba un huerto, en el cual entró Jesús y sus
discípulos.  Y también Judas, el que le entregaba, sabía aquel lugar; porque
muchas veces Jesús se juntaba allí con sus discípulos.  Judas pues tomando una
compañía, y ministros de los pontífices y de los Fariseos, vino allí con
linternas y antorchas, y con armas.  Empero Jesús, sabiendo todas las cosas
que habían de venir sobre él, salió delante, y díjoles: ¿A quién buscáis?
Respondiéronle: A Jesús Nazareno. Díceles Jesús; Yo soy (Y estaba también con
ellos Judas, el que le entregaba.) Y como les dijo, Yo soy, volvieron atrás, y
cayeron en tierra.  Volvióles, pues, á preguntar: ¿A quién buscáis? Y ellos
dijeron: A Jesús Nazareno.  Respondió Jesús: Os he dicho que yo soy: pues si á
mi buscáis, dejad ir á éstos.  Para que se cumpliese la palabra que había
dicho: De los que me diste, ninguno de ellos perdí.  Entonces Simón Pedro, que
tenía espada, sacóla, é hirió al siervo del pontífice, y le cortó la oreja
derecha. Y el siervo se llamaba Malco.  Jesús entonces dijo á Pedro: Mete tu
espada en la vaina: el vaso que el Padre me ha dado, ¿no lo tengo de beber?
Entonces la compañía y el tribuno, y los ministros de los Judíos, prendieron á
Jesús y le ataron, Y lleváronle primeramente á Anás; porque era suegro de
Caifás, el cual era pontífice de aquel año.  Y era Caifás el que había dado el
consejo á los Judíos, que era necesario que un hombre muriese por el pueblo.
Y seguía á Jesús Simón Pedro, y otro discípulo. Y aquel discípulo era conocido
del pontífice, y entró con Jesús al atrio del pontífice; Mas Pedro estaba
fuera á la puerta. Y salió aquel discípulo que era conocido del pontífice, y
habló á la portera, y metió dentro á Pedro.  Entonces la criada portera dijo á
Pedro: ¿No eres tú también de los discípulos de este hombre? Dice él: No soy.
Y estaban en pie los siervos y los ministros que habían allegado las ascuas;
porque hacía frío, y calentábanse: y estaba también con ellos Pedro en pie,
calentándose.

Y el pontífice preguntó á Jesús acerca de sus discípulos y de su doctrina.
Jesús le respondió: Yo manifiestamente he hablado al mundo: yo siempre he
enseñado en la sinagoga y en el templo, donde se juntan todos los Judíos, y
nada he hablado en oculto.  ¿Qué me preguntas á mí? Pregunta á los que han
oído, qué les haya yo hablado: he aquí, ésos saben lo que yo he dicho.  Y como
él hubo dicho esto, uno de los criados que estaba allí, dió una bofetada á
Jesús, diciendo: ¿Así respondes al pontífice?  Respondióle Jesús: Si he
hablado mal, da testimonio del mal: y si bien, ¿por qué me hieres?  Y Anás le
había enviado atado á Caifás pontífice.  Estaba pues Pedro en pie
calentándose. Y dijéronle: ¿No eres tú de sus discípulos? El negó, y dijo: No
soy.  Uno de los siervos del pontífice, pariente de aquél á quien Pedro había
cortado la oreja, le dice: ¿No te vi yo en el huerto con él?  Y negó Pedro
otra vez: y luego el gallo cantó.

Y llevaron á Jesús de Caifás al pretorio: y era por la mañana: y ellos no
entraron en el pretorio por no ser contaminados, sino que comiesen la pascua.
Entonces salió Pilato á ellos fuera, y dijo: ¿Qué acusación traéis contra este
hombre?  Respondieron y dijéronle: Si éste no fuera malhechor, no te le
habríamos entregado.  Díceles entonces Pilato: Tomadle vosotros, y juzgadle
según vuestra ley. Y los Judíos le dijeron: A nosotros no es lícito matar á
nadie: Para que se cumpliese el dicho de Jesús, que había dicho, dando á
entender de qué muerte había de morir.  Así que, Pilato volvió á entrar en el
pretorio, y llamó á Jesús, y díjole: ¿Eres tú el Rey de los Judíos?
Respondióle Jesús: ¿Dices tú esto de ti mismo, ó te lo han dicho otros de mí?
Pilato respondió: ¿Soy yo Judío? Tu gente, y los pontífices, te han entregado
á mí: ¿qué has hecho?  Respondió Jesús: Mi reino no es de este mundo: si de
este mundo fuera mi reino, mis servidores pelearían para que yo no fuera
entregado á los Judíos: ahora, pues, mi reino no es de aquí.  Díjole entonces
Pilato: ¿Luego rey eres tu? Respondió Jesús: Tu dices que yo soy rey. Yo para
esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio á la
verdad. Todo aquél que es de la verdad, oye mi voz.  Dícele Pilato: ¿Qué cosa
es verdad? Y como hubo dicho esto, salió otra vez á los Judíos, y díceles: Yo
no hallo en él ningún crimen.  Empero vosotros tenéis costumbre, que os suelte
uno en la Pascua: ¿queréis, pues, que os suelte al Rey de los Judíos?
Entonces todos dieron voces otra vez, diciendo: No á éste, sino á Barrabás. Y
Barrabás era ladrón.

/19 ASI que, entonces tomó Pilato á Jesús, y le azotó.  Y los soldados
entretejieron de espinas una corona, y pusiéron la sobre su cabeza, y le
vistieron de una ropa de grana; Y decían: ¡Salve, Rey de los Judíos! y dábanle
de bofetadas.  Entonces Pilato salió otra vez fuera, y díjoles: He aquí, os le
traigo fuera, para que entendáis que ningún crimen hallo en él.  Y salió Jesús
fuera, llevando la corona de espinas y la ropa de grana. Y díceles Pilato: He
aquí el hombre.  Y como le vieron los príncipes de los sacerdotes, y los
servidores, dieron voces diciendo: Crucifícale, crucifícale. Díceles Pilato:
Tomadle vosotros, y crucificadle; porque yo no hallo en él crimen.
Respondiéronle los Judíos: Nosotros tenemos ley, y según nuestra ley debe
morir, porque se hizo Hijo de Dios.  Y como Pilato oyó esta palabra, tuvo más
miedo.  Y entró otra vez en el pretorio, y dijo á Jesús: ¿De dónde eres tú?
Mas Jesús no le dió respuesta.  Entonces dícele Pilato: ¿A mí no me hablas?
¿no sabes que tengo potestad para crucificarte, y que tengo potestad para
soltarte?  Respondió Jesús: Ninguna potestad tendrías contra mí, si no te
fuese dado de arriba: por tanto, el que á ti me ha entregado, mayor pecado
tiene.  Desde entonces procuraba Pilato soltarle; mas los Judíos daban voces,
diciendo: Si á éste sueltas, no eres amigo de César: cualquiera que se hace
rey, á César contradice.  Entonces Pilato, oyendo este dicho, llevó fuera á
Jesús, y se sentó en el tribunal en el lugar que se dice Lithóstrotos, y en
hebreo Gabbatha.  Y era la víspera de la Pascua, y como la hora de sexta.
Entonces dijo á los Judíos: He aquí vuestro Rey.  Mas ellos dieron voces:
Quita, quita, crucifícale. Díceles Pilato: ¿A vuestro Rey he de crucificar?
Respondieron los pontífices: No tenemos rey sino á César.  Así que entonces lo
entregó á ellos para que fuese crucificado. Y tomaron á Jesús, y le llevaron.
Y llevando su cruz, salió al lugar que se dice de la Calavera, y en hebreo,
Gólgotha; Donde le crucificaron, y con él otros dos, uno á cada lado, y Jesús
en medio.  Y escribió también Pilato un título, que puso encima de la cruz. Y
el escrito era: JESUS NAZARENO, REY DE LOS JUDIOS.  Y muchos de los Judíos
leyeron este título: porque el lugar donde estaba crucificado Jesús era cerca
de la ciudad: y estaba escrito en hebreo, en griego, y en latín.  Y decían á
Pilato los pontífices de los Judíos: No escribas, Rey de los Judíos: sino, que
él dijo: Rey soy de los Judíos.  Respondió Pilato: Lo que he escrito, he
escrito.  Y como los soldados hubieron crucificado á Jesús, tomaron sus
vestidos, é hicieron cuatro partes (para cada soldado una parte); y la túnica;
mas la túnica era sin costura, toda tejida desde arriba.  Y dijeron entre
ellos: No la partamos, sino echemos suertes sobre ella, de quién será; para
que se cumpliese la Escritura, que dice: Partieron para sí mis vestidos, Y
sobre mi vestidura echaron suertes. Y los soldados hicieron esto.  Y estaban
junto á la cruz de Jesús su madre, y la hermana de su madre, María mujer de
Cleofas, y María Magdalena.  Y como vió Jesús á la madre, y al discípulo que
él amaba, que estaba presente, dice á su madre: Mujer, he ahí tu hijo.
Después dice al discípulo: He ahí tu madre. Y desde aquella hora el discípulo
la recibió consigo.  Después de esto, sabiendo Jesús que todas las cosas eran
ya cumplidas, para que la Escritura se cumpliese, dijo: Sed tengo.  Y estaba
allí un vaso lleno de vinagre: entonces ellos hinchieron una esponja de
vinagre, y rodeada á un hisopo, se la llegaron á la boca.  Y como Jesús tomó
el vinagre, dijo: Consumado es. Y habiendo inclinado la cabeza, dió el
espíritu.  Entonces los Judíos, por cuanto era la víspera de la Pascua, para
que los cuerpos no quedasen en la cruz en el sábado, pues era el gran día del
sábado, rogaron á Pilato que se les quebrasen las piernas, y fuesen quitados.
Y vinieron los soldados, y quebraron las piernas al primero, y asimismo al
otro que había sido crucificado con él.  Mas cuando vinieron á Jesús, como le
vieron ya muerto, no le quebraron las piernas: Empero uno de los soldados le
abrió el costado con una lanza, y luego salió sangre y agua.  Y el que lo vió,
da testimonio, y su testimonio es verdadero: y él sabe que dice verdad, para
que vosotros también creáis.  Porque estas cosas fueron hechas para que se
cumpliese la Escritura: Hueso no quebrantaréis de él.  Y también otra
Escritura dice: Mirarán al que traspasaron.  Después de estas cosas, José de
Arimatea, el cual era discípulo de Jesús, mas secreto por miedo de los Judíos,
rogó á Pilato que pudiera quitar el cuerpo de Jesús: y permitióselo Pilato.
Entonces vino, y quitó el cuerpo de Jesús.  Y vino también Nicodemo, el que
antes había venido á Jesús de noche, trayendo un compuesto de mirra y de
áloes, como cien libras.  Tomaron pues el cuerpo de Jesús, y envolviéronlo en
lienzos con especias, como es costumbre de los Judíos sepultar.  Y en aquel
lugar donde había sido crucificado, había un huerto; y en el huerto un
sepulcro nuevo, en el cual aun no había sido puesto ninguno.  Allí, pues, por
causa de la víspera de la Pascua de los Judíos, porque aquel sepulcro estaba
cerca, pusieron á Jesús.
 
/20 Y EL primer día de la semana, María Magdalena vino de mañana, siendo aún
obscuro, al sepulcro; y vió la piedra quitada del sepulcro.  Entonces corrió,
y vino á Simón Pedro, y al otro discípulo, al cual amaba Jesús, y les dice:
Han llevado al Señor del sepulcro, y no sabemos dónde le han puesto.  Y salió
Pedro, y el otro discípulo, y vinieron al sepulcro.  Y corrían los dos juntos;
mas el otro discípulo corrió más presto que Pedro, y llegó primero al
sepulcro.  Y bajándose á mirar, vió los lienzos echados; mas no entró.  Llegó
luego Simón Pedro siguiéndole, y entró en el sepulcro, y vió los lienzos
echados, Y el sudario, que había estado sobre su cabeza, no puesto con los
lienzos, sino envuelto en un lugar aparte.  Y entonces entró también el otro
discípulo, que había venido primero al sepulcro, y vió, y creyó.  Porque aun
no sabían la Escritura, que era necesario que él resucitase de los muertos.  Y
volvieron los discípulos á los suyos.  Empero María estaba fuera llorando
junto al sepulcro: y estando llorando, bajóse á mirar el sepulcro; Y vió dos
ángeles en ropas blancas que estaban sentados, el uno á la cabecera, y el otro
á los pies, donde el cuerpo de Jesús había sido puesto.  Y dijéronle: Mujer,
¿por qué lloras? Díceles: Porque se han llevado á mi Señor, y no sé dónde le
han puesto.  Y como hubo dicho esto, volvióse atrás, y vió á Jesús que estaba
allí; mas no sabía que era Jesús.  Dícele Jesús: Mujer, ¿por qué lloras? ¿á
quién buscas? Ella, pensando que era el hortelano, dícele: Señor, si tú lo has
llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevaré.  Dícele Jesús: ¡María!
Volviéndose ella, dícele: ¡Rabboni! que quiere decir, Maestro.  Dícele Jesús:
No me toques: porque aun no he subido á mi Padre: mas ve á mis hermanos, y
diles: Subo á mi Padre y á vuestro Padre, á mi Dios y á vuestro Dios.  Fué
María Magdalena dando las nuevas á los discípulos de que había visto al Señor,
y que él le había dicho estas cosas.  Y como fué tarde aquel día, el primero
de la semana, y estando las puertas cerradas donde los discípulos estaban
juntos por miedo de los Judíos, vino Jesús, y púsose en medio, y díjoles: Paz
á vosotros.  Y como hubo dicho esto, mostróles las manos y el costado. Y los
discípulos se gozaron viendo al Señor.  Entonces les dijo Jesús otra vez: Paz
á vosotros: como me envió el Padre, así también yo os envío.  Y como hubo
dicho esto, sopló, y díjoles: Tomad el Espíritu Santo: A los que remitiereis
los pecados, les son remitidos: á quienes los retuviereis, serán retenidos.
Empero Tomás, uno de los doce, que se dice el Dídimo, no estaba con ellos
cuando Jesús vino.  Dijéronle pues los otros discípulos: Al Señor hemos visto.
Y él les dijo: Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi
dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré.  Y
ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro, y con ellos Tomás.
Vino Jesús, las puertas cerradas, y púsose en medio, y dijo: Paz á vosotros.
Luego dice á Tomás: Mete tu dedo aquí, y ve mis manos: y alarga acá tu mano, y
métela en mi costado: y no seas incrédulo, sino fiel.  Entonces Tomás
respondió, y díjole: ¡Señor mío, y Dios mío!  Dícele Jesús: Porque me has
visto, Tomás, creiste: bienaventurados los que no vieron y creyeron.  Y
también hizo Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, que no
están escritas en este libro.  Estas empero son escritas, para que creáis que
Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios; y para que creyendo, tengáis vida en su
nombre.
 
/21 DESPUÉS se manifestó Jesús otra vez á sus discípulos en la mar de
Tiberias; y manifestóse de esta manera.  Estaban juntos Simón Pedro, y Tomás,
llamado al Dídimo, y Natanael, el que era de Caná de Galilea, y los hijos de
Zebedeo, y otros dos de sus discípulos.  Díceles Simón: A pescar voy. Dícenle:
Vamos nosotros también contigo. Fueron, y subieron en una barca; y aquella
noche no cogieron nada.  Y venida la mañana, Jesús se puso á la ribera: mas
los discípulos no entendieron que era Jesús.  Y díjoles: Mozos, ¿tenéis algo
de comer? Respondiéronle: No.  Y él les dice: Echad la red á la mano derecha
del barco, y hallaréis. Entonces la echaron, y no la podían en ninguna manera
sacar, por la multitud de los peces.  Entonces aquel discípulo, al cual amaba
Jesús, dijo á Pedro: El Señor es. Y Simón Pedro, como oyó que era el Señor,
ciñóse la ropa, porque estaba desnudo, y echóse á la mar.  Y los otros
discípulos vinieron con el barco (porque no estaban lejos de tierra sino como
doscientos codos), trayendo la red de peces.  Y como descendieron á tierra,
vieron ascuas puestas, y un pez encima de ellas, y pan.  Díceles Jesús; Traed
de los peces que cogisteis ahora.  Subió Simón Pedro, y trajo la red á tierra,
llena de grandes peces, ciento cincuenta y tres: y siendo tantos, la red no se
rompió.  Díceles Jesús: Venid, comed. Y ninguno de los discípulos osaba
preguntarle: ¿Tú, quién eres? sabiendo que era el Señor.  Viene pues Jesús, y
toma el pan, y les da; y asimismo del pez.  Esta era ya la tercera vez que
Jesús se manifestó á sus discípulos, habiendo resucitado de los muertos.  Y
cuando hubieron comido, Jesús dijo á Simón Pedro: Simón, hijo de Jonás, ¿me
amas más que estos? Dícele; Sí Señor: tú sabes que te amo. Dícele: Apacienta
mis corderos.  Vuélvele á decir la segunda vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me
amas? Respóndele: Sí, Señor: tú sabes que te amo. Dícele: Apacienta mis
ovejas.  Dícele la tercera vez: Simón, hijo de Jonás, ¿me amas? Entristecióse
Pedro de que le dijese la tercera vez: ¿Me amas? y dícele: Señor, tú sabes
todas las cosas; tú sabes que te amo. Dícele Jesús: Apacienta mis ovejas.  De
cierto, de cierto te digo: Cuando eras más mozo, te ceñías, é ibas donde
querías; mas cuando ya fueres viejo, extenderás tus manos, y te ceñirá otro, y
te llevará á donde no quieras.  Y esto dijo, dando á entender con qué muerte
había de glorificar á Dios. Y dicho esto, dícele: Sígueme.  Volviéndose Pedro,
ve á aquel discípulo al cual amaba Jesús, que seguía, el que también se había
recostado á su pecho en la cena, y le había dicho: Señor, ¿quién es el que te
ha de entregar?  Así que Pedro vió á éste, dice á Jesús: Señor, ¿y éste, qué?
Dícele Jesús: Si quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué á tí? Sígueme
tú.  Salió entonces este dicho entre los hermanos, que aquel discípulo no
había de morir. Mas Jesús no le dijo, No morirá; sino: Si quiero que él quede
hasta que yo venga ¿qué á ti?  Este es aquel discípulo que da testimonio de
estas cosas, y escribió estas cosas: y sabemos que su testimonio es verdadero.
Y hay también otras muchas cosas que hizo Jesús, que si se escribiesen cada
una por sí, ni aun en el mundo pienso que cabrían los libros que se habrían de
escribir. Amén.